Cenicientas olímpicas: El oro inolvidable de Steven Bradbury en patinaje de velocidad en pista corta

Los Juegos Olímpicos están llenos de sorpresas. Atletas que parecen lejos de las medallas, pero que consiguen ganar una que inspira a miles de personas. Olympics.com recuerda la historia de una de las victorias más afortunadas de la historia del deporte.

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Nunca puedes estar seguro de lo que va a pasar hasta que cruzas la línea de meta. Esa es la esencia del patinaje de velocidad en pista corta.

A diferencia del patinaje de velocidad, en la pista corta los atletas corren juntos y chocan unos con otros para pelear por la posición, y eso suele acabar en caídas. El hecho de que el uso de casco sea obligatorio puede darte una idea de la naturaleza caótica que a veces tiene este deporte. Los espectadores están acostumbrados a ver carreras emocionantes y superrápidas en las que nadie sabe qué va a pasar hasta la mismísima línea de meta.

Y en ese sentido, ninguna como la final masculina de los 1.000 m en Salt Lake City 2002, donde todo cambió en los últimos cuatro segundos. A continuación repasamos la inolvidable historia de Steven Bradbury, el primer deportista australiano en ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Invierno.

El último patinador que quedó en pie

¿Alguien podría haber predecido semejante final?

Eran los cuartos Juegos Olímpicos de Invierno para Steven Bradbury (antes había competido en Albertville 1992, Lillehammer 1994 y Nagano 1998). El patinador australiano nunca había destacado en ninguna gran competición internacional, salvo en alguna prueba de relevos. Y hasta 2002, su mejor resultado olímpico en una competición individual era el octavo puesto en los 500 m de 1994. Pero todo cambió con un enorme golpe de fortuna.

Bradbury, que por entonces tenía 28 años, había sido tercero en su serie de cuartos de final de los 1.000 m, pero pasó a semifinales cuando el campeón del mundo, el canadiense Marc Gagnon, fue descalificado. En la semifinal, el australiano tampoco estaba entre los favoritos, pero una caída dejó fuera a muchos rivales y le permitió meterse en la final.

Quizá viendo lo que había pasado a sus rivales en la semifinal, Bradbury decidió evitar el grupo de cabeza en la final para minimizar el riesgo de una caída. Desde el comienzo de la carrera, Bradbury se mantuvo en última posición, a una distancia prudente de sus cuatro rivales. Sin embargo, al tomar la última curva, la carrera cambió en un instante. Dos de los patinadores que iban delante chocaron y los cuatro del grupo de cabeza se fueron al suelo.

Bradbury, que iba último, evitó la caída y rebasó a sus rivales para conseguir el oro. El único patinador que había quedado en pie cruzó la meta en primera posición, mientras el resto intentaba levantarse lo antes posible para lograr alguna de las otras dos medallas.

Una medalla ganada con sangre, sudor y lágrimas

La cara de Bradbury al cruzar la línea de meta era la viva imagen de la incredulidad. El oro no era solo el premio a ese día, sino a todo el esfuerzo que había hecho durante su carrera.

“Aceptaré esta medalla de oro, pero no por esos 90 segundos de carrera, sino por los 14 años de duro trabajo que hubo detrás”, dijo.

Como ocurre con muchos deportistas, Bradbury tuvo que superar muchas lesiones y decepciones durante más de una década en este deporte. En 1995, sufrió un gran corte en el muslo en un accidente con otro patinador y, además de perder mucha sangre, necesitó más de 100 puntos de sutura para cerrarlo.

Y solo dos años antes de Salt Lake City, se rompió dos vértebras del cuello en otro accidente en un entrenamiento que pudo costarle su carrera deportiva.

Así que dedicar ese oro olímpico al duro trabajo y la perseverancia era el cierre perfecto al primer oro de un deportista australiano en unos Juegos Olímpicos de Invierno.

¿Quién llegó segundo?

Mucha gente recuerda aquella medalla de oro, pero cabe destacar además que el patinador que logró llegar en segunda posición se convertiría en una leyenda de este deporte.

Los cuatro finalistas que se fueron al suelo intentaron levantarse como pudieron, y el más rápido fue el ídolo local, Apolo Anton Ohno, que logró estirar la pierna a tiempo para cruzar la meta en segunda posición.

A diferencia de Bradbury, que ya estaba al final de su carrera, aquellos eran los primeros Juegos Olímpicos para Ohno. Y además de ganar esa medalla de plata, ganaría también el oro en los 1.500 m de Salt Lake City, un botín al que añadiría seis preseas más entre Turín 2006 y Vancouver 2010.

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