Halimah Nakaayi: “Cuando tengas un sueño, lucha por él”
A la campeona mundial de 800 m Halimah Nakaayi le dijeron que nunca sería atleta, que la gente “como ella” no estaba hecha para tener éxito en el deporte. Tokio 2020 habla con la atleta ugandesa que hace historia sobre cómo demostró a los escépticos que estaban equivocados, una y otra vez
Es el baile que todos recuerdan.
Tras asegurar la victoria en la final de los 800 m en el Campeonato Mundial de 2019, la ugandesa Halimah Nakaayi protagonizó, junto a su vieja amiga y compatriota Winnie Nanyondo, un memorable baile de la victoria.
Las primeras dos corredoras ugandesas de media distancia en alcanzar la final de un Campeonato Mundial acababan de terminar primera y cuarta bajo el sofocante calor de Doha, y la multitud disfrutaba de su alegre celebración.
Convencida de estar destinada a la victoria, la noche anterior Nakaayi despertó con entusiasmo a Nanyondo para practicar el baile que luego realizarían en la pista del Estadio Internacional Khalifa.
Este momento marcó un gran contraste con lo que había pasado siete años antes, en 2012, cuando las mismas mujeres se desplomaron en el suelo después de una carrera que salió mal. En ese momento, la mayoría de las personas que estaban allí pensaron que Nakaayi había muerto.
Correr para escapar del castigo
Es quizá una forma extraña de descubrir el talento. Más cuando se trata del tipo de talento que lleva a una medalla de oro en un Mundial.
Corriendo por el pasillo para escapar de su madre, Nakaayi comprendió que, no solo escapaba de algunos castigos, sino que también era rápida.
Muy rápida.
“En casa, cuando cometía algún error, ella (su madre) quería castigarme. Me solía decir que ella era una gran atleta, y yo quería demostrarle que podía correr más rápido que ella”, explica Nakaayi en una entrevista exclusiva con Tokio 2020. “La mayoría del tiempo ella me perseguía, y cuando llegué a los seis o siete años, no me alcanzaba”.
Incluso su madre, quien renunció a sus sueños en el atletismo aproximadamente a los 16 años, cuando dio a luz a Nakaayi, reconoce esto. “Entre mis hijos, tú (por Nakaayi) heredaste mi talento”.
Creían que la única forma en que tendría éxito en la vida era a través de lo académico.
Pero continué creyendo en mí misma
Pero el talento no le dio la libertad para perseguir sus ambiciones atléticas. En absoluto. En la zona de Uganda donde creció, la gente no estaba destinada a hacer deporte.
“La gente de mi familia era pesimista en cuanto al deporte. Creían que, siendo de la parte central (de Uganda), la única forma en que tendría éxito en la vida era a través de lo académico. Pero continué creyendo en mí misma”.
Es una creencia a la que siempre se aferró, incluso cuando nadie más creía en ella.
“Quizá”, Nakaayi se atreve a soñar. “Podría ser una gran atleta”.
Encontrar el camino a ambos sueños
Cuando a Nakaayi se le presentó la opción de seguir con su ilusión atlética o tomar el camino favorito de sus padres, el académico, ella no cedió: tendría éxito en ambos.
“Hice del estudio mi prioridad, pero seguía amando el atletismo porque sabía que la única forma de poder realizar mis estudios era a través de becas deportivas”.
Su padre estaba convencido de que correr sería una distracción para su hija, pero por el contrario, el atletismo demostró ser el catalizador para que Nakaayi cumpliera sus ambiciones académicas.
“Aproximadamente a los 9 años, obtuve una beca deportiva para estudiar en una buena escuela de la ciudad. Fui a un internado y no pagué nada porque tenía el talento de correr, y debía asegurarme de estudiar y entrenar duro para mantener la beca”.
Finalmente, sus padres tuvieron que cambiar de parecer. El atletismo demostró ser mucho más valioso para la familia de lo que jamás habían imaginado.
“Comencé a clasificar a diferentes competiciones para representar a Uganda y a recibir algo de dinero. No era demasiado, pero era algo, y ese dinero marcaba una gran diferencia para mi familia y para mi vida”.
Demostrar a los escépticos su error
“Cuando se habla de 2010, solo recuerdo Singapur”, dice Nakaayi, claramente con la experiencia grabada en su memoria.
Se refiere a los Juegos Olímpicos de la Juventud, de los que disfrutó cada minuto.
“Fue mi primera vez en una Villa Olímpica, todo fue perfecto porque el comedor funcionaba las 24 horas, cuando querías comer solo ibas y comías. Todo estuvo bien organizado, e interactuar con diferentes atletas de diferentes países fue asombroso”.
La planilla oficial de resultados muestra DQ (descalificación) al lado de su nombre, pero ni eso ha opacado el entusiasmo de Nakaayi por sus primeros Juegos Olímpicos.
“Fue tan inspirador”, cuenta.
Decidí no escuchar a nadie. Y simplemente pelear por mi sueño
Después de los Juegos, Nakaayi consiguió un entrenador y emprendió un programa estructurado de entrenamiento por primera vez. Y los resultados no tardaron en llegar.
En los Juegos Juveniles de la Commonwealth de 2011, en la Isla de Man, ganó el oro en los 400 m, con un tiempo de 57,16. Y aun así, la gente a su alrededor se negó a creer en su talento.
La respuesta de Nakaayi fue firme: “Decidí no escuchar a nadie. Y simplemente pelear por mi sueño”.
En ese momento, poco o nada podía separarla de su destino. Poco, es decir, aparte de lo que estaba por pasar.
Más allá de los límites
En un festival para celebrar los 50 años de independencia de Uganda, se organizó una prueba de relevos, a la que asistirían varios cazatalentos de universidades.
Cada joven atleta debía correr un tramo de 10 kilómetros antes de pasar el testigo a la siguiente corredora. Nakaayi debía correr el segundo tramo, mientras Winnie Nanyondo –su colega finalistas en Doha 2019- el tercero.
“Recibía el testigo e iba a pasar por la escuela donde estudié”, explica. “Sabía que esperaban verme correr”.
Pero las cosas no salieron según lo planeado.
La primera corredora de su equipo no tenía tanta potencia como Nakaayi, y, cuando recibió el testigo, se decepcionó al descubrir que estaba en el quinto puesto.
“Me dije ‘Tengo que usar mi energía para estar como líder al llegar a la escuela’. Así que aceleré como si estuviera (compitiendo) en los 400 m, y cuando alcancé la escuela estaba en segundo lugar, pero me sentía cansada”.
Perdí el conocimiento a partir de allí.
No sabía qué pasaba
Pasó por el lugar donde estaban sus amigos a falta de tres kilómetros, pero mientras gastaba cada gota de energía para completar su tramo, se percató de algo horrible. La ubicación donde debía entregar el testigo estaba más lejos de lo que le habían dicho.
“El ácido láctico se había acumulado en mi cuerpo, sentía como si estuviera paralizada, pero nunca me quise rendir porque sabía que iba en segundo lugar”.
“Perdí el conocimiento a partir de allí. No sabía qué pasaba, pero la gente me dijo que tambaleaba y corría de lado a lado”.
Nakaayi se enteró luego de que había completado su tramo, pero ya muy tarde. Cayó al suelo y entró en coma. Nanyondo, su amiga, se desplomó a su lado, sin poder correr su parte debido a la angustia que sentía por lo que había pasado.
La carrera fue tan brutal que otras cinco chicas también colapsaron ese día. Mientras, corría como pólvora el rumor de que Nakaayi estaba muerta, y, cuando su madre llegó al hospital –descalza y desesperada-, parecía que su carrera en el atletismo había terminado.
De la casi tragedia a la esperanza
“Cuando recuperé el conocimiento, no podía recordar que era Halimah. Seguí rezándole a Dios para que me diera otra oportunidad de vivir”, expresa, al recordar el momento en que recuperó el conocimiento estando rodeada por doctores.
Había pasado cuatro horas en coma y los médicos que le habían salvado la vida le dijeron que tomara lo sucedido como una señal. “Nunca vuelvas a hacer atletismo porque Dios te salvó de este día”, le rogaron. Y todos los demás coincidieron.
Pero en ese punto, Nakaayi, tan segura de su camino, no cedería.
Cuando terminó sus exámenes finales, se dijo a sí misma: “No voy a renunciar. Siento que debo ser atleta”.
Lo siguiente fue un largo y difícil regreso a los entrenamientos, calada por el miedo de volver a pasar por esos problemas de salud.
Ríndete, decían
En 2019, en Doha, Nakaayi estaba en la última vuelta de la carrera más importante de su vida: la final del Mundial. Cuando superó a la líder Ajeé Wilson (Estados Unidos) a falta de 50 m, no muchas personas en ese estadio se habrían dado cuenta de su esfuerzo para simplemente llegar a la línea de salida, por no hablar de ganar una medalla de oro.
Al abrazar a su amiga Nanyondo, antes de realizar el inolvidable baile, ella cumplió no solo el sueño de sus compatriotas, sino también un destino que se negó a dejar ir.
Y está lejos del final de su historia.
El éxito es una cuestión de elección, no de casualidad
Mientras Nakaayi se prepara para correr en los Juegos Olímpicos de Tokio, la cúspide de la carrera de cualquier atleta, puede estar orgullosa también de haber cumplido sus metas académicas, tras graduarse con un título en Ciencias de la Informática y Tecnología de la Información.
Además, retribuye a su comunidad ayudando a jóvenes mujeres de Uganda a prosperar y seguir sus sueños, pero sobre todo a nunca pensar que están limitadas por quienes son, donde nacieron, o por lo que el mundo piensa que ellas deberían hacer.
“El éxito es una cuestión de elección, no de casualidad”, manifiesta Nakaayi, resumiendo su perspectiva de la vida y el mensaje que quiere mandar a las mujeres del mundo.
“Cuando tengas un sueño, lucha por él”.